Sección de Investigación y Desarrollo en Prevención y Envejecimiento Activo en la Dependencia

La violencia machista contra las mujeres mayores: Una realidad invisibilizada

Proyecto

Mónica Ramos Toro. Socia-Directora Instituto de formación en Gerontología y Servicios Sociales, INGESS

 

  • Las diferencias que establece el género son consecuencia de la desigualdad estructural de poder que existe entre hombres y mujeres
  • Una de las consecuencias del maltrato en las mujeres mayores es el aislamiento social -familia, amistades- al que son sometidas por parte de sus parejas
  • Para salir de la violencia, aunque sea psicológica, lo primero es ser consciente de ella

 

Todavía hoy, en países desarrollados como es el caso de España, a pesar de los importantes avances que se han dado en la promoción de igualdad entre mujeres y hombres, ésta es más formal que real y está lejos de haberse alcanzado en todas las esferas de la vida social y privada. Nuestra sociedad patriarcal, en esencia escasamente cuestionada, excepto por los movimientos feministas y las asociaciones de mujeres, se encarga de invisibilizar y naturalizar la dominación masculina, que implica una desigualdad de poder entre hombres y mujeres, y que se sustenta en un sistema de género que sigue estableciendo no sólo desigualdad, sino también discriminación hacia las mujeres.

 

Este sistema de género se pone en juego a través de diferentes instituciones como el estado –por medio de sus administraciones y el diseño de sus políticas públicas-, la escuela, la iglesia, la familia o los medios de comunicación. A día de hoy el ejercicio del poder y control sobre la mujer persiste, aunque resulta más difícil de identificar los mecanismos sutiles y complejos con los que se expresa.

 

Las diferencias que establece el género son consecuencia de la desigualdad estructural de poder que existe entre hombres y mujeres. Unas diferencias que se aprenden a través de la socialización y que predispone a la dominación en los hombres y a la sumisión en las mujeres. Por eso la violencia contra las mujeres es estructural y una construcción social, que hay que combatir en todos los ámbitos de la sociedad, y no verla como un problema que sufren algunas mujeres puntualmente, sino como un problema social. Por este motivo, en muchos casos los malos tratos permanecen ocultos, incluso para las propias mujeres que los padecen; se normaliza la violencia contra nosotras porque la violencia nos rodea, la desigualdad nos rodea, la discriminación nos rodea. Y también por este motivo, no existe un perfil de mujer maltratada, lo que existen son situaciones de riesgo o vulnerabilidad (mujeres rurales; con discapacidad; adolescentes-jóvenes; mayores; sin empleo…). Cuanto más vulnerable es una mujer -cuanto menos posibilidades tiene para reaccionar-, más posibilidades tiene de ser víctima de violencia machista.

 

Mujeres Mayores

Las mujeres mayores son uno de los grupos de edad que más han sufrido y sufren la violencia patriarcal y específicamente por parte de sus parejas, sin embargo no suelen ser consideradas un grupo de riesgo. Esta violencia se manifiesta más a través del maltrato psicológico y emocional (control, desvalorización, indiferencia, falta de reconocimiento, desprecio, aislamiento, humillaciones, etc.) que del maltrato físico. Estas mujeres oponen tal vez menos resistencia a la identidad hegemónica masculina, porque les han enseñado desde pequeñitas a obedecer, primero a sus padres y después a sus maridos, lo que favorece que las agresiones de sus parejas sean más verbales y de conducta que físicas, sin dejar de lado también que muchas padecen relaciones sexuales nada satisfactorias con sus necesidades, deseos y afectos, pero que les vienen impuestas por sus parejas masculinas en la forma que ellos desean practicarlas.

 

Se podría decir por tanto que, las mujeres mayores, en general, asumen dosis más elevadas de desigualdad y subordinación. Su mayor dependencia de los hombres –emocional y económica- y los valores asociados a lo que significa ser mujer -entre ellos, el mandato de obediencia al marido y la represión de la insumisión-, las predispone a una mayor vulnerabilidad y tolerancia a situaciones de maltrato, al menos, al maltrato psicológico. Estas mujeres fueron educadas en una época en la que regía el principio de división sexual del trabajo (proveedor económico /cuidadora de la familia). La presencia de creencias religiosas es otro de los factores que han mantenido y que mantienen a muchas mujeres mayores en relaciones violentas. Es mucho más difícil que se planteen la separación, debido al temor al estigma, a no encontrar aprobación en sus familiares y salidas para su autonomía. Además no debemos olvidar que el objetivo de la violencia que ejerce un hombre sobre una mujer siempre es un instrumento de opresión, de control y de sometimiento, implica el ejercicio del poder y la dominación. El hombre maltratador es posesivo, prepotente, culpabiliza a la mujer, considera que le debe sumisión y que no se le puede cuestionar. Por eso la violencia arrasa con la mujer que la sufre porque disminuye poderosamente su autoestima y su capacidad para enfrentarse al maltrato.

 

Una de las consecuencias del maltrato en las mujeres mayores es el aislamiento social -familia, amistades- al que son sometidas por parte de sus parejas. El aislamiento es una estrategia de control para mantener a las mujeres desprotegidas. Para entenderlo hay que destacar que esta violencia se ejerce en un ámbito de amor y afecto, por eso las mujeres bajan la guardia. Una violencia que comenzó poco a poco, mediante actitudes y comportamientos que no se ven como abusivos sino como actos de amor, como por ejemplo los “celos”. Más tarde aparece claramente la violencia psicológica (descalificaciones, humillaciones, infravaloración, menosprecio, insultos…).

 

Finalmente, aunque no siempre, aparece la violencia física. Debido a esta forma de desarrollo de la violencia, muchas mujeres mayores tardan tiempo en darse cuenta de que están siendo maltratadas e incluso no reconocen que esto se pueda denominar “violencia”. Además, las mujeres mayores víctimas de violencia machista sufren importantes malestares físicos y psicológicos -cambios de ánimo, tristeza, ganas de llorar, dolor de espalda o articulaciones, dolores de cabeza, ansiedad o angustia, irritabilidad, insomnio, fatiga permanente, pérdida de apetito, falta de deseo sexual, problemas digestivos, sentimiento de soledad- pero, a menudo, no suelen asociarlos con su situación de maltrato.

 

Grupos de apoyo

 

Para favorecer la toma de conciencia de su situación, aceptar sus vivencias y contribuir a su empoderamiento, el Departamento de Servicios Sociales del Distrito Centro del Ayuntamiento de Madrid, a través de su Jefa –Mercedes Portero Cobeña- y con la colaboración de Julia Herce Mendoza –Adjunta Sección de Coordinación Institucional del Área de Gobierno de Familia, Servicios Sociales y Participación Ciudadana-, me ofrecieron la oportunidad de diseñar y dinamizar un Taller participativo o Grupo de apoyo con mujeres mayores que se denomina: “Decidiendo nuestra vida en la vejez. Estrategias de autocuidado y promoción de buen trato”.

Consideramos que la intervención grupal es la mejor de las opciones para que las mujeres mayores puedan conocerse a sí mismas y atreverse a hablar, compartir y reflexionar en un clima emocional cálido sobre sus experiencias vividas. Cada participante puede lograr, con ello, sentirse identificada con otras mujeres que están pasando o han pasado por situaciones parecidas y confirmar que no están solas y que pueden generar redes de apoyo mutuo al ser escuchadas y comprendidas por las demás. Porque para salir de la violencia –aunque sea psicológica- lo primero es ser consciente de ella. Éste es el primer paso para poder recuperar el control sobre su vida e iniciar los cambios personales necesarios que le permitan sentirse capaz de superar esa situación. Se necesita por tanto un proceso de autorreflexión acompañada y desculpabilizadora y esto es lo que aporta este grupo de apoyo con mujeres mayores, ya que les ayuda a mejorar su autoestima, fomentar su autocuidado y les dota de estrategias personales para poder neutralizar en la medida de lo posible el control que ejercen sobre ellas sus maridos.

 

A fecha de hoy hemos realizado ya dos grupos de apoyo con mujeres mayores y los resultados han sido muy positivos. Fundamentalmente son relevantes cuatro conclusiones:

 

  1. El enorme agradecimiento que han expresado las mujeres participantes por haberse organizado estos grupos y que el Distrito Centro les haya dado la oportunidad de participar, porque nunca habían formado parte de un grupo de apoyo y les ha resultado una experiencia “inolvidable” y transformadora.
  2. Todas insistieron en la necesidad de que este tipo de acciones se extienda al mayor número de mujeres, porque consideran que verdaderamente mejora su bienestar y su proyecto de vida.
  3. El formato de grupo de apoyo en el que se ha promovido el diálogo y la reflexión, lo han valorado muy positivamente, porque les ha permitido canalizar su necesidad de comunicarse, de describir sus emociones, de analizar con perspectiva su curso vital y cómo se sienten en la actualidad. Escuchar lo que cada una contaba, reflexionar de manera conjunta sobre dinámicas que se realizaban en las sesiones, les han brindado pautas para reformular sus vidas de manera más positiva y diseñar estrategias personales de autocuidado en la vejez.
  4. Todas las participantes manifestaron que formar parte de este grupo de apoyo les había reafirmado su “autoestima” no sólo como mujeres, sino especialmente como mujeres mayores. En la última sesión dedicada a la evaluación fue emocionante escuchar en ambos grupos como una tras otra expresaba que ahora se sentía mejor consigo misma, que se valoraba de manera más positiva y era capaz de hacer frente a sus relaciones afectivas con más recursos personales.

Por último, quiero resaltar que en cada grupo he estado acompañada por dos trabajadoras sociales que trabajan en el departamento de Servicios Sociales del Distrito Centro, ya que otro de los objetivos de esta intervención grupal era visibilizar la problemática de los malos tratos y violencia contra las mujeres mayores y las consecuencias del fenómeno para quienes trabajan en Servicios Sociales y contribuir con ello a crear más conciencia y sensibilidad acerca de las necesidades y las dificultades de las mujeres mayores, para proveerles mayor protección en las situaciones de abuso y promover acciones preventivas frente a las situaciones de riesgo. Por tanto, mejorar la intervención social de estas trabajadoras sociales para que no caigan en la trampa de aceptar y naturalizar las condiciones de vida de las mujeres mayores por el hecho de pertenecer a otra época y considerar que no tienen demasiadas posibilidades de cambio.