Sección de Investigación y Desarrollo en Prevención y Envejecimiento Activo en la Dependencia

Soledad y aislamiento. Pulsión de muerte

Estudio

 

Por Isabel Cabetas Hernández, Doctora en Psicología, escritora e investigadora del mayor

 

“El hombre no deja de jugar porque se haga viejo, sino que se hace viejo cuando deja de jugar” (Bernard Shaw)

 

Claves del Artículo

  • El “prefiero no” es la expresión más elocuente que abunda en el solitario como respuesta a cualquier sugerencia

  • No hay que confundir aislamiento con aceptar o desear a veces la soledad, que no coinciden

  • Afrontar la vejez con traumas acumulativos sin resolver puede conducir a un sentimiento de desprotección que repercute en el organismo y en la salud corporal

 

INDICE

1. Introducción

2. Aislamiento versus soledad

3. Aburrimiento sistemático

4. Adecuar la Autoestima

5. Vínculos de afecto sólidos

6. Bibliografía y referencias

 

1. INTRODUCCIÓN

El aislamiento y el sentimiento de soledad en las personas mayores no son necesariamente subproducto de la vejez y sí más bien una consecuencia de haber tenido esta tendencia durante años anteriores. Sin embargo también puede ser transitorio y nos puede ocurrir a cualquiera ante momentos traumáticos profundos en nuestra vida. En cada etapa de la vida hay motivos diferentes para responder con actitudes de aislamiento y sentimiento de soledad; en la vejez, para la persona aislada, son importantes factores de riesgo: hacer efectiva su marginación social, la enfermedad invalidante, el abandono del hogar de los hijos, la seria dificultad de entendimiento con ellos o el dolor que provoca el abandono afectivo de un ser querido. (Cine: Almodóvar, 2016), la desaparición de la pareja, la dificultad de hacer frente a la dramática muerte de un hijo. (Cine y música: Dominik A, 2016) o allegados próximos en afecto, la escasez económica o la dependencia económica de los hijos. Nadie está libre de esta actitud, profundamente letal, que es saludable y positiva resolver con o sin ayuda profesional o cercana.

 

2. AISLAMIENTO VERSUS SOLEDAD

 

Estos factores de riesgo lo son a una desvinculación afectiva y sentimiento de vacío que puede tener mucho que ver con la dependencia, ya que cuando se depende en exceso del exterior para encontrar aliciente en la vida, la desaparición con los años de hijos, amigos o familiares no se repone con iniciativa y la interacción puede retraerse por falta de creatividad y adaptación. El “prefiero no” es la expresión más elocuente que abunda en el solitario como respuesta a cualquier sugerencia.

 

El hombre o la mujer que envejece en esta actitud -si ha sido mantenida durante muchos años- se siente marginal y conservador respecto al grupo mayoritario de los adultos contemporáneos y quisiera permanecer en el pasado; esto puede conducirle al retraimiento y desarraigo viviendo con hipersensibilidad e inestabilidad emocional, reaccionando con apatía y desamor (indiferencia, que no odio) y sintiendo agobio ante el intercambio social. Quien ha sido siempre tolerante a la frustración tiene mejor solución.

 

Cuando con la edad hay dificultad de adaptarse a nuevas metas porque nos aferramos a viejas pautas o por ejemplo, sentimos la marginación etaria por intolerancia de la sociedad a la sexualidad en la vejez, la persona mayor puede acusar profundos trastornos psicológicos que no se manifiestan en delincuencias (estas suelen decrecer con los años) pero sí en conductas socialmente desviadas: alcoholismo, vagancia, molestias a menores, etc. Le cuesta incorporarse a los cambios sociales y, a la desorientación, responde con la marginación.

 

Poca broma con los “aburridos”, que de la quietud total pueden pasar a la atrocidad por dirigir la pulsión a cualquier sitio: la droga o la bebida, más frecuentes en el mayor de lo que imaginamos, y que pueden ser destino activo del que vive en la llamada “pulsión de muerte”. En inglés hay dos formas de expresar el vivir sin compañía legal: “I live alone” o “I live by me own”: es muy diferente decir: “vivo sólo” a “vivo por mí mismo”. Somos seres individuales y sociales, y tan bueno es fomentar la propia individualidad como saber compartir con sentimiento de equipo.

 

No hay que confundir aislamiento con aceptar o desear a veces la soledad, que no coinciden; no son sinónimos “aburrimiento” y “no hacer nada”: una persona puede estar sin hacer nada y disfrutar así de paz y sosiego, o preparar una próxima actividad en reflexión y silencio. La compulsión a la actividad continua -“matar el tiempo” con lo que surja- no es eficiente; una persona aburrida y cargada de vacío existencial puede necesitar huir de esta evidencia interior y estar entre mucha gente, no reconociendo la soledad consigo mismo. En cambio, si logra enfrentarse a una dificultad podrá pasar la tarde solo pero arreglando cajones del armario y estar satisfecho: ha utilizado esta actividad como refugio ante un trauma actual (divorcio, por ejemplo) en espera de otros momentos interiores más gratificantes.

 

La actitud de aislamiento, aburrimiento, indiferencia, el “prefiero no” sistemático, es “pulsión de muerte” agresiva respecto a la vida, rodeo a la muerte y amenaza de la vida orgánica y psíquica del sujeto. Es opuesta a la “pulsión de vida” que viene ligada al Otro, al Objeto, desde el principio. Como ser social la vida del Sujeto con pulsión vital está ligada a objetos (seres o proyectos) investidos de energía. La pulsión que se mezcla con su destino, el deseo de vida, viene del Otro desde el principio de la existencia de todo ser vivo.

 

3. EL ABURRIMIENTO SISTEMÁTICO

 

El desarraigo o la buena capacidad para la relación social de determinadas personas mayores ya estaban en su personalidad psíquica desde hace tiempo y se profundizan en la edad avanzada, pues la adolescencia y juventud van conformando la actitud general de la persona, ya sea de acercamiento o rechazo social. El mayor solitario es posible que en años anteriores haya ofrecido dificultad especial por organizarse en su mundo conductual y se desborde ahora ante la carencia social de grupos de referencia positivos, respondiendo, por temor al rechazo social, con auto segregación por miedo a ser diferente o pensar diferente. El aburrimiento sistemático y la indiferencia como actitud destruyen afectos y deseos; la pobreza libidinal banaliza el sentido de la propia vida.

 

Insistimos: El aislamiento letal al que se hace referencia puede ser transitorio y nos puede ocurrir a cualquiera ante momentos traumáticos profundos en nuestra vida. No es genérico en los mayores cuyo porcentaje de aislamiento en general es relativamente reducido. Con pulsión vital el tiempo pasa muy rápido y no muy lentamente, que es síntoma objetivo de aislamiento. La persona mayor coherente evita el aislamiento tras un proceso traumático y la elaboración consiguiente del duelo, que aunque le sumerge en sí mismo no le impide irse readaptando seguidamente ni cambiar la mirada sobre las cosas para volver a interesarse de otra forma sobre ellas. Sus nuevas estrategias cerebrales, que facilitan sus años, le ayudan (Levi Montalcini, R. 1999).

 

El siglo XXI produce un peligro de aislamiento que afecta a todos, hombres o mujeres, por el avance tecnológico que conlleva y puede resultar difícil de asumir: el ordenador aísla de la relación presencial en casa o en el trabajo y por tanto la falta de contacto y caricias dificultan la sensualidad y la ternura a cualquier edad. Puede afrontarse el trauma poco a poco disminuyendo con la práctica la brecha informática,superar los miedos y disfrutar de sus ventajas; por ejemplo el Skype y manejo de Internet aportan indudablemente un acercamiento a terceros antes impensable. Este mismo artículo online es un ejemplo.

 

Aunque no puede obviarse la dificultad para insertarse socialmente la actitud de aislamiento de la persona mayor en ciertos casos puede ser profunda y si el desarraigo llega a ser patológico suele deberse a que se arrastra una especial dificultad en la comunicación desde mucho tiempo atrás. Cuando es así, al hablar de su pasado es cuando más se aísla: o bien aduce no recordar nada por problemas de memoria o vive de sus recuerdos como único tema de conversación, con sentimiento de tristeza y pérdida.

 

El buen nivel de educación facilita el trabajo pero no evita el aislamiento, que es independiente de aquél; son pautas que se internalizan, condicionamientos sociales que lo refuerzan. Una persona puede estar sin hacer nada de forma puntual y estar disfrutando de tranquilidad y paz interior: no está vacía. El ser humano es un ser individual y social y en buen estado de salud psíquica sabe estar sólo y no aburrirse combinando sus momentos de aislamiento y compañía y sabiendo apreciar el encuentro social y el momento íntimo individual.

 

Pero recordemos: a cualquier edad, joven o mayor, la persona puede vivir en vacío existencial: en el más profundo inconsciente está fallando el sentido de la propia vida y lo que se espera de ella. Por algún motivo puede haber una represión mal instalada de un deseo existencial, que al no reconocerlo crea vacío, “aburrimiento”. Existe mucha relación psique-soma y afrontar la vejez con traumas acumulativos sin resolver puede conducir a un sentimiento de desprotección que repercute en el organismo y en la salud corporal. Si hay resistencia al cambio se limita la superación ante un duelo; por ejemplo, se es psíquicamente “viejo”, que no mayor, cuando tras años difíciles en la propia vida se va renunciando a hacer proyectos por evidencia de que la muerte tiene la primacía. La vejez es un mito posible en la vida del mayor, pero es evitable.

 

4. ADECUAR LA AUTOESTIMA

 

El aislamiento por sentimiento de rechazo y abandono -que produce tristeza y desesperanza- si es por situaciones ciertas y que no pueden eludirse ha de soportarse con la lógica depresión para remontarlo desde la soledad creativa que permite la auto exploración y volver a encontrarse a uno mismo para recuperar una buena perspectiva del propio quehacer. Pero si el aislamiento se mantiene y perdura sin reaccionar se instala el vacío alrededor de uno mismo con egocentrismo e indiferencia.

 

Está muy relacionado el aislamiento con la autoestima inadecuada, tanto muy alta -que encubre la baja disfrazada de sentimiento de sentirse “especial y no comprendido”- como muy baja. En ambos casos hay actitud social de exclusión, rechazo y auto marginación; disminuye la interacción y se acentúa el deterioro personal. No es lo mismo estar sólo que sentirse sólo; la persona mayor también aprecia los momentos de silencio para centrarse y volver a su vida social aprovechando su experiencia de vida para afrontar mejor la realidad. Sin embargo, hay personas que viven en compañía y sienten una profunda soledad interior; otras, con escasa pero no inexistente interacción social, viven satisfechas su relación con terceros.

 

Una buena interacción social requiere huir de los dos extremos: aislamiento y  dependencia, pues evitar de forma inadecuada la soledad puede caerse en el extremo dependiente, es decir, que lo exterior imponga el renunciar a la vida interior. En no depender, valorando la interacción, está el secreto de fluir libremente controlando las perturbaciones emocionales con terceros y recuperando la fuerza interior.

 

Saber aceptar la soledad es tan importante como no caer en el aislamiento y libra de dependencias y de estar falsamente acompañado acoplándose, de forma desacertada, a otro individuo o a un grupo que no le aporta bienestar. Esto requiere afrontar nuestras sombras y nuestros momentos necesarios de soledad sin caer en el aislamiento y sin desarraigarnos. Someternos por miedo a la soledad, a los deseos de los demás para complacerlos es dependencia, opuesta al aislamiento y tan negativa como éste.

 

Ser uno mismo y diferente de los demás conlleva el riesgo de sentirse sólo y es positivo el deseo de afrontarlo y superarlo. Seguir las pautas sociales, culturales, religiosas o políticas sin cuestionar cambios necesarios para nuestro bienestar y creatividad, solo por la seguridad de formar parte de un grupo, familia, equipo o partido, por temor a la soledad o aislamiento, no es la solución y solo produce dependencia. Para no arriesgarse al rechazo se renuncia a ser uno mismo, no se está solo pero de esta manera sí se siente uno muy solo. La dependencia ajena evita ser uno mismo.

 

Hay quien llega a mayor y tiene que aprenderlo: su jubilación la vive con prejuicio como desahucio social y la sociedad española aún refuerza este prejuicio, al considerar que su vida oficial ya no es activa y sólo es carga. Este jubilado habrá de buscar en soledad reflexiva o con apoyo psicológico o social una nueva actividad que le saque de su dependencia equivocada. Pérdida de trabajo, muerte de hijos o pareja, marcha de los hijos a su nuevo hogar, disminución física de facultades, cualquiera de estas situaciones son críticas y sólo nuevos proyectos y nuevas actividades que interesen ayudan a superarlas y a seguir viviendo. Estos proyectos tienen si importan afectivamente son un estimulante al cambio, satisfacen y producen sentimiento de identidad y pertenencia social, nos mejoran.

 

5. VÍNCULOS DE AFECTO SÓLIDOS

El neuropsiquiatra Boris Cirulnik, que actualmente supera los setenta años, considera que la persona capaz de establecer vínculos de afecto sólidos después de una especial dificultad tiene una gran “resilencia” y sale fortalecido de los traumas o problemas que le presenta la vida. Cirulnik es superviviente del holocausto nazi y ha comprobado en sus investigaciones con personas seriamente traumatizadas que es constructivo y potencia la recuperación tras la dificultad saber pedir ayuda, amar y saberse amado. Otro ejemplo: el cantante español y octogenario Rafael ha comenzado a retomar sus viajes juveniles por el mundo cantando en diferentes países y comentando en prensa que “la edad a veces mejora actitudes y resultados”.

 

La soledad creativa fomenta la autoestima y el propio conocimiento, la libertad y la confianza en uno mismo. El ser humano a cualquier edad es  social e individual y no ha de abandonar ninguno de estos dos aspectos; como individuo puede buscar sus propios recursos, su energía y su libertad confiando en su potencial mientras viva. Cuando esto resulta difícil la psicoterapia es una gran ayuda. Hay personas que abordan las pérdidas con fortaleza pero a veces ocurre que esta pérdida es de gran importancia personal y resulta insuperable: el Objeto perdido es a veces el abandono o incomprensión de otra persona cercana y amiga que en el fondo de su Inconsciente represente a la madre con la que nunca se sintieron protegidas. La ayuda psicológica en estas ocasiones puede ser reveladora y útil.

 

Recordemos al psicoanalista Sandor Ferenzcy que no pudo resolver en su análisis personal con Freud a través de la transferencia la comprensión de sus dificultades siempre experimentadas con su madre; esto repercutió de tal manera en su ánimo que su organismo fue debilitando sus defensas de forma continua y progresiva (Martín Cabré, L. 2009). En la vida cotidiana puede ocurrir algo parecido y a una edad avanzada pedir ayuda resulta muy difícil; en este caso veremos vivir a esta persona bajo la pulsión de muerte. Envejecer así es sumamente doloroso.

 

Ante la inseguridad de la vida la persona mayor puede reaccionar con desolación y desconfianza tanto en lo económico como en su salud o en el trato con terceros; le falta un afrontamiento equilibrado de la realidad que le impide saber vivir lo mejor posible el tiempo presente buscando su aspecto positivo que en ocasiones es mejor de lo pensado. A veces, la persona mayor no reconoce que lo es y rechaza defenderse de sus posibles carencias con perjuicio en su mantenimiento físico y psíquico y con peor pronóstico en su eficacia y productividad. Al percibirlo en lugar de pedir ayuda regresa a etapas anteriores de su vida o se aísla negando la necesidad de terceros que tiene todo ser humano como ser social.

 

No es que la vejez comporte siempre aislamiento y soledad sino que en ciertos casos se llega a mayor sin haber solucionado a lo largo de la vida una situación traumática infantil de vacío existencial. El sujeto queda así amenazado por una susceptibilidad a las desorganizaciones en el futuro. La desvitalización al inicio de su vida lleva a avanzar en años sin poner el afecto en las relaciones dando lugar a un perpetuo vacío psíquico, un sentimiento constante de aislamiento y soledad.

 

La depresión esencial que sobreviene a una persona mayor ante una pérdida puede ser la repetición real de una pérdida infantil anterior que reactiva un sentimiento de desprotección capaz de desorganizarla psíquica y físicamente. Por el contrario hay quien se ha sentido amado por una madre “suficientemente buena”, como señala el pediatra y psicoanalista inglés, Donald Woods Winnicott: “Una madre que ha permitido siempre al hijo crecer con seguridad y sin excesiva dependencia, si en su infancia ha afrontado las pérdidas con pulsión de vida, responderá a las dificultades aceptando la ayuda externa para resolverlas; confiando en su fuerza interior para superarlas y depositando el afecto en quienes a su alrededor pueden cubrir sus carencias”. Y ya mayor su experiencia le facilitará superarse con autoconfianza biográfica.

 

No es cuestión de edad: el responder a las dificultades con predomino de la pulsión de vida o de muerte depende de cada personalidad ante cada reto. Por ejemplo, resulta tristemente significativa esa expresión ante las delicias de un cachorro canino: “Yo tenía un perro, se me murió y fue tan doloroso que no quiero tener otro”. O también la respuesta hacia una persona jubilada activa, de parte de otra jubilada: “He abandonado mis actividades voluntarias harto de tanta zancadilla profesional”. O escuchar de boca de una viuda a un amigo de su edad viudo también: “Ya no busco una pareja amorosa; si por alguna razón se rompe, no quiero saber nada del sufrimiento que conlleva”.

 

Estos tres ejemplos ilustran que, a menudo, prevalece la pulsión letal sobre la pulsión de vida y no es por edad. El mayor que responde así independientemente de la edad no acepta -y posiblemente no aceptó en otros tiempos jóvenes- las frustraciones que el vivir conlleva: tiende más a sobrevivir que a vivir en su vida personal.

 

Sí es en cambio pulsión de vida la reacción de una persona mayor que sobreviviendo felizmente para él a una seria enfermedad dice en su habitación de hospital al volver de la anestesia, seriamente preocupado: “Doctor, estamos a 27 de diciembre y quisiera impartir un curso para adultos el 10 de enero”. Evidentemente, su vida es un proyecto más que un simple sobrevivir.

 

También supone vitalidad mantener durante años la afición por un juguete, como un tren en miniatura, y al renovar esta afición para transmitirla y compartirla con los hijos y nietos se convierte en vida el interés mostrado por este objeto lúdico. La simple afición se convierte así espontáneamente en una actividad productiva.

 

La sociedad con prejuicios hacia las personas mayores alimenta su rechazo y aislamiento. La falta de estímulos sociales dificulta el empleo de su tiempo libre. Estamos a tiempo de aprender y rectificar.

 

REFERENCIAS

BIBLIOGRAFIA

 

  • Cabetas Hernández, I. (2011): “El futuro es hoy”. Madrid Colección Quipú. Siglo XXI, editores. Biblioteca Nueva. Venta directa del autor (10 Euros).

 

  • Levi Montalcini, R. (1999): “El as en la manga”. Barcelona: Editorial Crítica.

 

  • Martín Cabré, L. (2009): “La voluntad de morir”. Revista de Psicoterapia y Psicosomática, 71, P. 61-74.    

     

  • Winnicott, D.W. (1971): “Realidad y juego”.Gedisa Editorial.

 

Cine/DVD/ Audiovisuales

 

  • Almodóvar, P. (2016): “Julieta”. Nacionalidad española. Distribuidora Warner Bros Picture. Antes denominada “Silencio”.

 

  • Dominik, A. (2016): “One more Time with feeling”. Nacionalidad australiana. Documental presentado en Venecia sobre el proceso de grabación del último disco de Nick Cave.

     

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