Mónica Ramos Toro.
Antropóloga y gerontóloga. Directora del Instituto de Formación en Gerontología y Servicios Sociales, (INGESS)*
Ampliación del artículo publicado en el Boletín del Programa Iberoamericano de Cooperación sobre Adultos Mayores, de la OISS, Nº 11 sobre "Educación Social frente al Envejecimiento"
Ser mujer y hacerse mayor es un estigma que la gerontología crítica feminista cuestiona, y desde la que se ofrecen claves
Tanto la gerontología como disciplina, como gran parte de su cuerpo académico y profesional, están todavía impregnados de una visión reduccionista de la vejez muy centrada en la edad cronológica
Mi intención es hacer una llamada de atención para que la investigación gerontológica introduzca definitivamente una perspectiva de género y de curso vital, en la que la diferencia sexual sea una categoría de análisis.
La investigación acerca de la vejez y del envejecimiento ha estado limitada en gran medida por una visión edadista impregnada de múltiples estereotipos sociales negativos, entre los que ha imperado asociar vejez a enfermedad, deterioro y dependencia. Imágenes negativas que combinadas con el género ofrecen una construcción del envejecimiento y la vejez femenina como una derrota total. Ser mujer y hacerse mayor es un estigma que la gerontología crítica feminista cuestiona y desde ella se ofrecen claves para analizar el envejecer de las mujeres siendo capaces de reconocer las vulnerabilidades que el curso vital ha impuesto en la vida de las mujeres mayores de hoy, pero al mismo tiempo poniendo en valor sus potencialidades, y la diversidad de maneras de ser mujer y ser mayor.
Para quienes trabajamos desde la gerontología crítica feminista, es tan importante la posición crítica como la feminista. Desde la posición crítica observamos que el estudio del envejecimiento y de la vejez se ha situado históricamente en el campo de la medicina, por ello, la gerontología en sus orígenes como disciplina científica, aunque también en la actualidad, ha acusado una visión fuertemente medicalizada –la vejez como enfermedad-, biologicista y reduccionista –por la omnipresencia de la categoría edad y la referencia al cuerpo que envejece- y edadista/viejista (Iacub, 2011:37)[1] -“cuando hablamos de vejez, (…) en gran medida hablamos de temor, rechazo, inseguridad y exclusión”- (Freixas, 2013:25)[2]. Por ello, a la hora de diseñar proyectos educativos y formativos con personas mayores e incluso con profesionales que trabajan en este ámbito, considero imprescindible cuestionar estos enfoques heredados que siguen estando vigentes en múltiples análisis en la actualidad que ponen el acento en el modelo biomédico del envejecimiento (Ramos, 2013)[3]. Un cuerpo teórico y una praxis que condicionan todavía la gerontología, y que como cuerpo científico, “se plantea fundamentalmente en términos de investigación médica; que las prácticas profesionales al interior de la gerontología están jerarquizadas y sostenidas desde estos valores; que las políticas sociales, de formación y de investigación se fundamentan en estos criterios y que la percepción pública lee la cuestión del envejecer desde esta reducida y sesgada óptica” (Ibíd.). Y por ello, todavía en la actualidad no es baladí que la SEGG -Sociedad Española de Geriatría y Gerontología-, siga siendo presidida sistemáticamente por un médico-geriatra –por supuesto varón- y el término gerontología siga siendo el que acompaña al término principal que es geriatría.
Por supuesto, ha habido cambios en el quehacer gerontológico: desde unas políticas asistencialistas hacia políticas sociales de derechos; desde un enfoque exclusivamente médico-geriátrico hacia una concepción interdisciplinar y comunitaria; desde una visión de las personas mayores como objeto pasivo receptor de recursos, hacia su empoderamiento a través de la acción social comunitaria y participativa, pero a pesar de estos avances, tanto la gerontología como disciplina científica como gran parte de su cuerpo académico y profesional, están todavía impregnados de una visión reduccionista de la vejez muy centrada en la edad cronológica, con insuficiente reflexión sobre la repercusión de los sistemas de género en el envejecer de mujeres y hombres, y con escasa mirada del envejecimiento desde la perspectiva de curso vital.
En cuanto a la posición feminista, aporta una crítica a los modos en que el lenguaje, el discurso y la investigación construyen conocimientos acerca del envejecer de las mujeres y es imprescindible para adoptar una perspectiva de género que permita analizar el sistema patriarcal en el que el aprendizaje y desarrollo de determinados roles de género han caracterizado el curso vital de las mujeres que hoy son mayores. Una posición epistemológica y metodológica que saca a la luz el significado de las trayectorias de las mujeres mayores y que visibiliza tanto sus debilidades como sus fortalezas al ofrecer otras interpretaciones del envejecimiento femenino, dando voz a las propias mujeres mayores. Al mismo tiempo, utiliza herramientas y espacios de empoderamiento como mecanismos emancipatorios a través de la desconstrucción de nuevas identidades alejadas de la visión alienante que la sociedad ha elaborado del envejecer de las mujeres.
En resumen, “la gerontología crítica y la gerontología feminista proponen una revisión profunda que permita establecer los lazos y las rupturas entre los significados socio-culturales asignados a la vejez y al envejecimiento y las representaciones sociales que circulan en la trama social, y la continuidad y pervivencia de ciertas creencias, prejuicios y preconceptos sociales en los discursos de la ciencia y en las prácticas de los profesionales del campo gerontológico” (Yuni y Urbano, 2008:156)[4].
En mi trabajo de intervención con mujeres mayores, mi posición desde la gerontología crítica feminista, me ha permitido analizar cómo la interrelación entre estructuras macrosociales como son: el sistema de género (sexista y androcéntrico), el modelo normativo de edad (edadista-viejista), el diseño de políticas de mayores (que homogenizan y no toman en cuenta el curso de la vida), el diseño de políticas sociales (que perpetúan el sistema de provisión de cuidados como una tarea propia de las mujeres) y la globalización económica neoliberal (que recorta y mercantiliza el Estado de Bienestar), han condicionado el proceso de envejecimiento de estas mujeres y su situación presente. Estructuras que, por un lado, les han generado carencias a lo largo de sus vidas, condicionando la situación en la que se encuentran en la vejez y que se han apoyado fundamentalmente en: la medicalización de sus mentes y sus cuerpos, el androcentrismo del sistema sociosanitario, la construcción de su identidad femenina a través de la belleza y la juventud, su condición de cuidadoras en solitario de toda la familia, la entrega de su tiempo como “seres-para-otros”, el bajo nivel formativo alcanzado generacionalmente -debido a los patrones de género imperantes en su infancia y adolescencia-, sus interrumpidas trayectorias laborales por el desempeño de múltiples roles familiares o sus escasos recursos económicos. Pero también, por otro lado, esas macro estructuras les ofrecen “recursos específicos que limitan su vulnerabilidad y las convierten en personas productivas y activas, más allá del imaginario esperado” (Freixas, 2008:49)[5], sobre todo gracias a cambios sociales que han promovido patrones de género y edad más flexibles y a una concepción más positiva de la vejez que canaliza la vivencia y presencia de una ciudadanía mayor más activa. Las mujeres mayores han generado potentes redes (personales, vecinales, comunitarias) que implican espacios de reflexión, apoyo y desconstrucción de su envejecer, se han capacitado a través de su participación social y la creación de asociaciones que las empodera colectivamente ante las administraciones públicas y las visibiliza en el espacio público y comunitario, mejorando su nivel formativo y su acceso a los bienes culturales y haciendo cada vez más visible su diversidad.
En mi trabajo con grupos de mujeres mayores, he tratado de hacer visibles las desigualdades estructurales que han marcado sus vida, para identificar las fortalezas que pueden generar en su vejez una vida más elegida y el diseño de un proyecto vital más deseado, que les permita superar parte de sus trayectorias como “personas privadas de poder personal, social, político y económico” (Freixas, Ibíd.2008:50). Mi intención, por tanto, implica una actitud científica emancipatoria y supone una llamada de atención para que la investigación gerontológica actual introduzca definitivamente una perspectiva de género y de curso vital, “en la que la diferencia sexual sea una categoría de análisis” (Ibíd.:45) y se cuestione la manera en que el concepto de edad delimita su posición como ciencia, ya que lo que nos define como hombres o mujeres mayores no es la edad, sino su significado social. Por eso, no es lo mismo envejecer siendo mujer que siendo hombre, “sobre todo si tenemos en cuenta los numerosos aspectos de tipo personal, social y profesional que a lo largo de la vida han hecho significativamente diferentes la vida de las mujeres y de los hombres –tanto en lo que se refiere a las trayectorias personales, emocionales y profesionales, como a la diferente implicación que hombres y mujeres mayores han tenido en las tareas de cuidado y sostenibilidad de la vida–. A pesar de esta evidencia, son muy pocas las investigaciones que se detienen a considerar el significado y las consecuencias que tales diferencias en la socialización y en las opciones profesionales y de vida tienen sobre la vejez de mujeres y hombres” (Ibíd.:46). En este sentido, a través de los estudios que realizo trato de cubrir parte de esta laguna en la investigación geroantropológica.
Por último, también trato de superar la visión estática que homogeniza a las mujeres mayores ocultando su diversidad y pluralidad, ya que entre las propias mujeres mayores existen evidentes diferencias a la hora de afrontar su envejecimiento. Así diferentes elecciones personales, profesionales, familiares, a lo largo de la vida, dan lugar a maneras diferentes de envejecer con más o menos recursos económicos, formativos, sociales y participativos.
Desde mi punto de vista, es imprescindible adoptar esta mirada crítica y feminista en la gerontología si queremos aportar una visión emancipadora de la educación como proceso de cambio social a lo largo del curso vital.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
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[1] IACUB, RICARDO (2011) Identidad y envejecimiento, Paidós, Buenos Aires.
[2] FREIXAS FARRÉ, ANNA (2013) Tan frescas. Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI, Editorial Paidós, Barcelona.
[3] RAMOS TORO, MÓNICA (2013) “Políticas y programas para un nuevo envejecimiento desde la perspectiva de género”, en Género y Envejecimiento, Pilar Folguera, Virginia Maquieira, Mª Jesús Matilla, Pilar Montero y Mª Jesús Vara (eds.), Editorial Instituto Universitario de Estudios de la Mujer (IUEM), Universidad Autónoma de Madrid, pp. 246-269.
[4] YUNI, JOSÉ ALBERTO y URBANO, CLAUIDIO ARIEL (2008) “Envejecimiento y género: perspectivas teóricas y aproximaciones al envejecimiento femenino”, Revista Argentina de Sociología, Volumen 6, Nº 10, pp. 151-169. http://www.scielo.org.ar/pdf/ras/v6n10/v6n10a11.pdf
[5] FREIXAS FARRÉ, ANNA (2008) “La vida de las mujeres mayores a la luz de la investigación gerontológica feminista” en Anuario de Psicología, vol. 39, Nº 1, pp. 41-57, Facultat de Psicologia, Universitat de Barcelona.
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(*) Mónica Ramos es también Directora de Proyectos del Instituto Superior de Industrias Culturales y Creativas (InsICC); colaboradora y asesora de simposium sobre envejecimiento en Iberoamérica. En 2016 obtiene el I Premio de Investigación en Estudios de Género G9 Universidades por su Tesis Doctoral "Mujeres mayores: estudio sobre sus necesidades, contribuciones al desarrollo y participación social", defendida en la Universidad Autónoma de Madrid.